viernes, 10 de noviembre de 2017

AVE 03993

Ricardo Garanda Rojas.

Cuándo alguien desea viajar en tren, no es Toledo la ciudad más adecuada. Pero desde Ciudad Real muchas posibilidades se abren si quieres ir al sur, también a la Costa Brava. Un AVE generoso con la capital manchega y rácano con un Toledo que, a veces, sigue pareciendo un barrio un poco alejado del Madrid de los Austrias.

Bien, pues siendo así las cosas, desde Ciudad Real me subí al AVE 03993 rumbo a la fiesta del libro de Sant Jordi, en Barcelona. Y lo hice en el último vagón, el 32. El Vagón del Silencio, apenas respirar me atrevía.

Desde el tren se pasa por otra Tierra, la de la parte de atrás. Ni viñedos se ven, porque el tren pasa por la puerta de atrás de La Mancha, por el patio trasero de cualquier hábitat, a veces parece que circula por la parte de atrás de nuestras vidas. Vemos la trasera de los pueblos, de las ciudades. Aunque no tiene nada que ver con este viaje, hay que montarse en tren para pasar al lado de la plaza de toros de Socuéllamos, original coso taurino, fabricado con los escombros, bien compactados, que sobraron de arreglar las calles, haciendo con ellos un tronco que, vaciado en el centro, dejó libre el espacio necesario para el ruedo. Y por fuera un jardín. Árboles, arbustos, y diversas plantas con flores. Plaza-escombrera-jardín, (escombros eres y en escombros te has de convertir) en la parte de atrás de la ciudad.
Por eso desde los trenes se ve tan poca gente, todas parecen poblaciones fantasmas.

Cuando el tren pasa por Guadalajara tampoco se ve a nadie, pero no tiene nada que ver con la anterior causa, no se trata de escombreras ni de traseras, sino de los antiguos terrenos de la familia de una señora muy importante en alguna época reciente de Madrid. Nada más lejos de mi intención que querer hacer comparaciones ofensivas. Aunque en escombros parece haberse quedado el presunto viejo proyecto de urbanizar a lo bestia aquellos terrenos, antes sólo inhóspitos y ahora inhóspitos con estación de AVE.

Avanza este terrenal ave, que ni alas tiene pero sí unas buenas patas metálicas de una terrible aleación que este viajero desconoce, y traspasa tierras de Sur a Costa Brava, en ese norte mediterráneo que nos lleva por mar o a través de las montañas al mismo resto de Europa. Y voy comprendiendo el sueño inútil de las tierras presumiendo, ante mí y ante todos los que aquí vamos encerrados sin posibilidades apenas de cuestionar nuestro destino, de su larga existencia, sin llegar a la eternidad. Sólo tiene la fuerza de su mayor existencia, pero más humilde debiera ser, porque los árboles, los viñedos, los trigos, todo termina convirtiéndose en tierra baldía cuando los tejados de las casas comienzan a hundirse. Aquí no hay agua para autónomo bosque. El Jalón ayuda, pero no puede garantizar para la tierra lo que nadie le asegura para él.
Fotografia de Isabel Villalonga

El 32, ¡qué terriblemente aburrido resulta este Vagón del Silencio!. Ahora echo de menos la gente narrándose su vida por teléfono o al de su lado, con la egocéntrica intención de que lo oigamos todos los demás. Cualquiera diría que hablan con algún amigo o amiga de parte de sus vidas, pero quiá, se acaban de conocer en el tren. Parece un buen sitio para contar que lleva tres meses sin conocer nada de su hija o de que su yerno se ha quedado sin trabajo y la casera, amiga de la familia de toda la vida ahora llega y le dice a su hija que si el mes que viene se vuelven a retrasar hay que ir pensando en dejar el piso libre. ¡Es que no terminas de conocer a la gente!.  En el último viaje que hice, en un vagón  normal, es decir, ruidoso, una chica joven le contaba a su madre a través del teléfono que se iba porque quería, porque ya no aguantaba más el ambiente de su casa, que si ella quería aguantar a su marido (el padre de la chica) que lo hiciera, pero que ella (la chica) ya no aguantaba más gritos e intolerancias, que se iba con una amiga que vive en el sur de Francia. ¿De qué?, pues ya encontraría algún trabajo para ganarse la vida. No, no pienso volver, hazte a la idea… Y en esa línea continuó la conversación más de treinta minutos, os aseguro que todo el mundo estaba pendiente de la conversación por mucho que unos miraran a un libro cuyas páginas no pasaban o a un paisaje que era igual incluso cuándo atravesábamos algún túnel. Qué decepción cuándo colgó, menos mal que su decisión siguió siendo inamovible, ¡que no volvía!. Estuvimos a punto de aplaudir, sobre todo cuándo comprendimos que el tal padre no sólo gritaba, que su mano volaba a veces ante la madre y la hija con ignominiosa violencia.

Pero en éste viaje, con este silencio se complica mucho mi cotilla obsesión por tratar de adivinar las peculiaridades de la vida, de la profesión, las tristezas y las alegrías de esas gentes totalmente desconocidas, al menos hasta hoy, pero cuyos rostros voy a seguir viendo a corta distancia durante algunas horas, cruzándonos gestos de amabilidad, de cesión de espacios, de sonrisas educadas y cómplices. ¡Qué triste es el silencio!, cómodo pero triste y aburrido.

Seguiremos el viaje otro día.



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