viernes, 17 de noviembre de 2017

Las Almas de Lisboa

Ricardo Garanda Rojas (@rgarciaaranda)


Viniendo al caso, releyendo la novela de Antonio Tabucchi “Sostiene Pereira” me reencuentro con esa teoría sicológica de que en cada ser humano existe una especie de confederación de almas, y que, con relativa frecuencia, hay una de ellas que circunstancialmente se impone y marca las pautas de la personalidad, las ideas, el compromiso de esa persona, hasta que, con el tiempo y las circunstancias, otra consiga ocupar su espacio.
Y Lisboa debe parecerse a una persona, o simplemente está ahí, inmutable, esperando a que el alma predominante en esos momentos de la vida de cada uno de nosotros se decante por una Lisboa u otra.
El caso es que, en los días que llevo aquí, tres ciudades he conocido. Cada una autónoma, independiente de las otras, con personalidades distintas. Y en cada momento de cada día se me impone una de ellas en mi ánimo.

La Baixa Pombalina es la zona nueva, la reconstrucción total después del Terremoto-Incendio-Tsunami de 1755. Organizada en rectángulos perfectamente alineados, como si de un ejército adiestrado se tratara. Imperial como los nombres de sus calles: Augusta, Aurea, Prata…de una anterior civilización romana que ahora queda, útil aún, debajo de sus pequeños adoquines blancos y negros que configuran imágenes alusivas a cada lugar (hay en Lisboa una enorme plaza dedicada a los cuidadores de los adoquinados). Es la Lisboa seria, hermética, cuadriculada, invadida ahora, como todas las ciudades que se precien, por las grandes franquicias del comercio y la moda. Era la Lisboa habitada por las familias católicas de la clase media y alta de la época.

Orilla del Tejo y lateral de Praça do Comercio en Baixa Pombalina
La Alfama, en torno al Castelo do São Jorge es otra cosa bien distinta. Aguantó mejor las consecuencias de aquel fenómeno natural, tal vez por sus cimientos sobre roca, o por su situación más elevada, el caso es que el desastre no fue tan drástico. Además era el barrio dónde vivían los “no cristianos”, es decir, los judíos y los musulmanes, aparte de los cristianos más pobres. Por tanto menos mal que ni el terremoto, ni el consecuente incendio ni siquiera el tsumani que cerró el ciclo de desgracias, acabaron con el barrio, porque el marqués de Pombal no lo incluyó en sus planes de recuperación, debían ser muchos gastos ya. Ahora es un encantador barrio popular con gente hablando, riendo en muchos casos y, sobre todo, moviéndose por sus estrechas calles, llenas de pequeños restaurantes, muchos anunciando actuaciones de cantantes de Fado, y también pequeños supermercados de barrio. Es un continuo movimiento de gentes. No hay ni una sola calle recta y, por supuesto, ninguna paralela a otra. Tampoco las hay llanas, como en la montaña, subes, bajas y vuelves a subir. Vamos, un rompepiernas que se llama.

Pero no están ahí las únicas colinas, cuándo aquella desgracia ocurrió había mucho campo en torno a la vieja ciudad, y, como en todas partes, esta fue creciendo, se fue construyendo entre los desniveles. En una de esas zonas de colinas se construyó el barrio de Chiado. Otro alma de Lisboa. El nombre le viene de un poeta, Antonio Ribeiro, criado y educado en las calles y adoptado después en Palacio, que recibió el sobrenombre de Chiado (dicen que por su voz un tanto chillona, no sé). El barrio se fue construyendo por fuera de las antiguas murallas y eso era una ventaja para algunos negocios porque estaban obligados a pagar menos impuestos. Entre ellos el de las librerías, formándose así en esa zona un importante núcleo de libreros que concentraba a intelectuales y autores. En la calle Garrett, nombre de otro poeta de la época, nacido en Oporto, existe la librería en activo más antigua del mundo, la librería Bertrán. En esa misma calle veremos sentado, en bronce, con su mesita de terraza de bar, casi enfrente de la estatua de quien da nombre al barrio, nada menos que a D. Fernando Pessoa, también poeta, y unos metros más arriba, en su pedestal, controlando todo, el también don, Luiz Camões de "As Luisiadas". Este es el barrio para las tardes y las noches, buenas terrazas, muchos restaurantes de todo tipo y tamaño, músicos callejeros: La Lisboa del ambiente.

Beco dos Mexias, en La Alfama
Y el Rossio y Graça y el Bairro Alto y Belem. Y mucho más, pero sobre todo El Tejo. Ese rio que acaba a lo grande después de tanto sufrimiento, de tanto envenenamiento y aguas robadas de un cauce que por momentos fallece. Aquí se resarce, se convierte en la cuarta pared de la Praça Do Comercio, que es tanto como decir el alargamiento de Lisboa hasta dónde la imaginación de cada uno desee. Nuno, un guía que conocí y que tiene su novia en Madrid, me respondía: “Hasta Brasil”. Porque aquellas tierras siguen formando parte del espíritu colectivo de los y las lisboetas.

Otro día hablaremos del museo, del culto dedicado a Saramago y de sus cenizas dando vida a un olivo en la ciudad que le conoció. Lisboa y José Saramago tuvieron mucha suerte de conocerse mutuamente. Pero eso será otro día.

Lisboa se recorre despacio, andando, escuchando sus ruidos. Lisboa está en la calle y por eso, el visitante la tiene que entender desde y en la calle.
Eso es lo que yo intento estos días, estoy en ello.



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