jueves, 25 de enero de 2018

España nos cuesta

 Ricardo G-aranda (@rgarciaaranda)


Ha tenido que venir alguien desde el exterior para plantear en voz alta algo que ronda entre bastidores desde el principio de este vodevil en el que se ha convertido la estrategia de presión de los independentistas catalanes para avanzar en su deseo de poder constituir su republica. Y que quede claro que no rebajo a tal definición de comedia popular a la reivindicación en sí, que muy respetable me parece por poco que coincida en ella, sino al teatrillo que día a día se va montando como si de un juego de estrategias de salón se tratara.
Yo creo que la profesora Marlene Wind directora del Centro de Política Europea de Copenhague dio en el clavo cuando, después de aclararle al señor Puigdemond que, según sus estudios, España es el país más descentralizado de Europa, y de dejar claro que Catalunya era la región más rica de España, le preguntó si  la causa de tanta ansia  independentista no tendría que ver con buscar la separación “de los pobres”, de las regiones españolas que tienen menor renta per cápita y por tanto están necesitadas de la ayuda de las que más tienen.

Hace ya muchos meses un amigo me decía “Si quieren irse que se vayan”. Le comenté mi reflexión de que económicamente era muy complicado desmembrar el país separando las regiones más ricas. Y es que siempre me ha parecido que la principal razón para hacer Patria, el más necesario de sus aglutinadores era el desarrollo y la profundización en el sentido de la solidaridad.

Me parece a mí que la profesora Wind nos sitúa ante una nueva perspectiva del debate. Por un lado, no creo que sean las argumentaciones históricas ni el sentido abstracto de unidad patria razones con fuerza ideológica suficiente como para posicionarse en contra de los deseos de independencia. Pero entiendo que tampoco es de recibo, desde el punto de vista de la honestidad social, el que una parte de España, la más rica, pueda plantearse lisa y llanamente irse por su cuenta y decir al resto ¡ahí os quedáis con vuestras miserias, que nosotros, como somos más ricos, viviremos mejor sin vosotros!.

Planteada así la cuestión el “España nos roba”  necesitaría la traducción inmediata a “España nos cuesta”. Asumiendo por ambos lados que este si puede ser un axioma más objetivo y real y, por tanto, a partir de ahí valorar cuál es el nivel de solidaridad que el resto del Estado necesita de Catalunya y dónde están los límites que un gobierno de la Generalidad quiere poner a esa necesidad solidaria. Con la reivindicación del deseo de conseguir la independencia, la segunda parte queda muy clara: Solidaridad cero.
 
Esencialmente por esto la posición de las personas independentistas identificadas con pensamientos ideológicos de izquierda se entiende aún menos. Priorizar el status elitista de la riqueza catalana por encima de situaciones de mayor necesidad de las clases trabajadoras del resto del país parece no corresponder al sentido de la solidaridad que a tales pensamientos se le atribuye.

El sistema de pensiones, el de la seguridad social, las prestaciones por desempleo y otras contingencias, son ejemplos claros de aplicaciones del sistema de solidaridad interna de un país occidental. Ejemplos que, en estos momentos no viven sus mejores circunstancias para quienes están muy lejos de cubrir esas necesidades con servicios privados, pero que podrían empeorar aún mucho más si las aportaciones de las rentas per capitas más altas desaparecen.
Y si se llegase a consumar esa separación ¿qué tendrían que decir aquellos catalanes que desde su organización política o sindical se les llena la boca de presumir de trabajar para mejorar las condiciones de los más necesitados?.

Para una ideología que debiera presumir de internacionalista se comprendería la reivindicación de ampliar cada vez más los ámbitos de esa reivindicación. Esto parece complicado en estos momentos, pero que menos que desear que, al menos, no se restrinja, que no se recorte el espacio del reparto de la riqueza proveniente de los que más tienen y dirigida a los que menos.

Mucho me temo que a veces, nuestra frustración, ante el baldío esfuerzo de que mejoren las cosas que van mal, nos lleva injustamente a mensajes parecidos a ese tristemente popular al otro lado del Atántico, “American First”.



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