domingo, 4 de febrero de 2018

Escribir

Ricardo Garanda (rgarciaaranda)


Esta semana, la columna de los Viernes por la mañana nace el Sábado por la noche, ya casi el domingo. Eso sí nace, porque me estoy poniendo con ello y aún me queda todo. A veces ni el escritor escribe, algo que es, como mínimo tan grave como si el lector no leyera.


Los dos últimos libros que he leído son del mismo autor, Haruki Murakami.  Alguien me trajo “De que hablo cuando hablo de escribir”, no sé si tomarme el regalo a bien o con recelo. Despertado mi interés, encontré en mi estantería “Sputnik, mi amor”. Creo que voy a leerme bastantes más de este autor.

¿Por qué escribe Murakani?¿por qué escribo yo? Y hago las preguntas juntas no con la intención de aprovecharme de su escenario, sino por plantearlas en dos casos extremos.  Está claro que nos gusta. Imprescindible, pero eso es poco. Ayer no me apeteció escribir esta columna, ¿por qué hoy si?  Si, nos gusta, pero hay más.

¿Comunicarse? Sí, claro, es lo que hacemos cuándo editamos, contarle cosas a la gente. Pero eso es débil, primero porque es una comunicación unidireccional, ¡vaya una mierda de comunicación! Pero es que además, mucho de lo que escribimos es ficción, es mentira, es inventado, comunicamos cosas que no existen, al menos tal y como las contamos. Salvemos la poesía, que no se puede permitir el lujo de la inexistencia.

¿Expresar y presumir de ideas? También. No es mal instrumento la escritura para defender lo que desarrollamos en nuestra cabeza sobre un tema determinado. Y además es cómodo, porque, salvo rara ocasión, nadie nos responde llevándonos la contraria. Por ello mismo al final no sabemos por cuánto del 1 al 10 se pueden valorar esas ideas. Así no hay quien viva.

¿Egocentrismo? No hay ninguna duda. No sé si más o menos que quienes no escriben, pero a nosotros se nos ve de lejos. Parece una buena terapia, pero requiere demasiada exposición, no está claro que valga la pena.

¿Refugio? Dónde además de autoprotegernos, controlamos, sin interferencias. Un elegido espacio físico y espiritual dónde hablamos con nosotros, con vosotros, con vosotras, con ellos, con ella. Desde la concentración de la elegida soledad, con nuestras normas, con la naturalidad de inventarlas e incumplirlas cada vez que necesitemos hacerlo.
Murakami habla de esa soledad como condición necesaria y, en cualquier caso, inevitable. ¿Es un precio que paga el escritor o un valor añadido al hecho ya por si satisfactorio de escribir?

Yo siempre he escrito. Y os aseguro que hasta el hartazgo, era de esos de cartas de siete u ocho folios, y de circulares, y periódicos y revistas, clandestinos y legales, y columnas en prensa, y ahora blogs. Es cierto que durante muchos años me faltó la necesaria soledad como para escribir poesía y que ambas se terminaron juntando en la esquina del tiempo que les correspondía. Tan cierto como que ahora tengo que escribir como un poseso para poder controlarla, porque, a veces, se sobrepasa en su abundancia.

¿Experiencias? Sí. Definitivamente escribir supone una búsqueda de experiencias. Una frase, un verso, una reflexión acertadamente expresada. Caminos buscando satisfacción y respuestas, no siempre unidas.

Murakami me ha enseñado muchas cosas, pero una es esencial: He de escribir, no hay dudas. Y publicar lo escrito por más que a veces duela. Por más que a veces no se entienda. Antes de Murakami conocí a otra persona que ya me decía esto, pero no sé si lo entendí del todo.  Por ella publiqué mi primer libro, y el segundo,  y ya no pienso parar.

¿Véis?, al final ha nacido la columna, otra cuestión es que tenga el más mínimo interés.

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