sábado, 14 de abril de 2018

Tango y Magnolia (La Taberna)

Ricardo G-Aranda. (@rgarciaaranda)



En los sonoros límites
de la tasca y sus paredes
nos escabullimos de las redes
del Facebook, el WhatsApp y el Twitter.
(“Los Sonetos de la Taberna”)

Una tarde cualquiera, sale uno de casa sin tener muy claro dónde va y para qué. Pero no es cuestión de quedarse encerrado todo el día. Un buen paseo y después un vino en la taberna y un rato de charla con los paisanos, siempre se convierte en una aceptable solución.
Es toda una base cultural esta de la taberna, aunque, sin que yo sepa muy bien por qué, parece que ahora anda un poco devaluada. Más de una vez me ha querido corregir algún propietario de alguna de ellas diciéndome que ni lo suyo es una taberna ni él es un tabernero. ¡Vaya por dios!

Mari, la del bar Centro de Puerto de Vega, que no solamente se considera tabernera, sino que presume de ello, me dejó claro el otro día en siete palabras algo que yo ya sabía, pero que necesitaba desarrollar toda una tesis para explicarlo: “La Taberna es un bar con Alma”
ilustración de Cecilia Romero
Efectivamente, así lo entiendo yo también. Y, además, si revisamos nuestra mejor historia, la cultural, realmente debemos grandes momentos de la literatura a ese alma que pulula entre creadores en el ambiente, popular con frecuencia, profundamente intelectual, a veces, de una taberna, en torno a unos vinos o unos cafés, según la hora. Nuestros clásicos del siglo de oro y tiempos posteriores nos enseñan ésta evidente realidad. Y ahora parece que esto de ir a la taberna está peor visto. Sólo para algunos y algunas, que otros y otras reivindicamos respetuosamente lo contrario.

Así que aquí estamos, creando un relato de la colección “Pesadilla en Zocodover” sobre un encuentro que el autor mantiene con dos jóvenes en una taberna y con el tabernero por allí, por el medio, sin llegar a entrar.  ¿Qué taberna? La que usted quiera, querido lector, porque en  nuestro país, todavía, se tienen magníficas y divertidas conversaciones en estos espacios que se localizan en cualquier rincón del territorio patrio, y de esa manera se pasan muy agradables momentos, sea cual sea nuestro acento, dialecto o idioma.

“Tango y Magnolia” son los nombres de los dos jóvenes que el autor conoció ésa tarde, y entre los tres tramaron un pequeño divertimento con la colaboración necesaria de Diego, el tabernero, según la definición de Mari: el hostelero con alma de tal.
Y todo acabó en poesía, a estilo clásico, con unos sonetos . Y hasta ahí puedo leer.



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