viernes, 6 de abril de 2018

Una historia de la memoria (Contada en Vega)


fotografia e J.L. Romero
 Ricardo Garanda (@rgarciaaranda)


Solo de aquello ficticio, no existente, podemos prescindir a voluntad. Para las cosas que ocurren realmente, la memoria es un poder autónomo, incontrolable.

Y en la historia de la humanidad, también en nuestro país, vivimos la violencia de la confrontación bélica, y recordar, o no, aquello y sus consecuencias, no es algo que pueda depender de nuestra voluntad, máxime cuando algunas de esas consecuencias siguen vigentes, continúan siendo reales después de los años.
Sólo hablan de "no abrir heridas" aquellos que nunca tuvieron más que rasguños. Quienes de verdad conocen esas heridas en ellos mismos o en sus personas queridas, quisieran cerrarlas, curarlas, pero con una desinfección previa adecuada, para no tener que volver a abrir.


Puerto de Vega, ese recoleto rincón del occidente asturiano, fue el lugar en donde el narrador de mi relato conoció esta humana historia de aquella guerra.
Mientras paseaban por las calles de Vega, por su puerto, su mirador, la plaza de Cupido, su Atalaya, su padre le hizo partícipe de algo que ocurrió en plena guerra civil y que había permanecido oculto desde entonces.
Yo ya escribí un poema cuando la conocí, y es ahora cuando en el contexto del libro de relatos “Pesadilla en Zocodover” se convierte en una narración, en ambos casos con el mismo título: “Juan, de la Guerra nada”

…De la guerra nada, Juan,
de la guerra nada,
ni de azules
ni de rojos,
ni del pelotón
Ilustración de Cecilia Romero
ni de mi grito,
ni de que tú abriste tus ojos.
Nada del estallido de los fusiles.
De la guerra nada
solo este abrazo nos queda
y tu vida
y la mía
entre la muerte de miles.
Nada de la guerra…

Como digo, paseando por esta bella localidad, el padre del narrador le cuenta  como hace ya muchos años, en plena guerra entre paisanos, conocidos, amigos, tuvo la oportunidad de salvar la vida a un hombre que luchaba en el bando contrario, y se la salvó, pero solo a él.

Se trataba de un paisano al que reconoció cuándo le iban a fusilar. Alzó su voz para defenderle y parece que fue una voz  potente porque le libró de morir.
Ninguna de las dos familias supo nunca nada porque el silencio de ambos fue total, jamás contaron nada hasta este momento en el que uno de los protagonistas, fallecido ya el otro, decide contárselo a su hijo aprovechando un viaje turístico a Vega, Puerto de Vega.

Su paisano Juan llegó a escuchar las voces de muerte: “Carguen”, “Apunten”. Cerró los ojos y entonces escuchó aquella otra voz, grito: ¡NO! que le conmutó la muerte por vida.

Pero los que estaban en el mismo grupo que Juan no tuvieron  a ningún paisano que gritara a su favor. Por eso el padre del narrador llevaba toda la vida con ese sentimiento contradictorio que aún hoy no le permitía contar esta historia de vida entre muerte con ningún atisbo de alegría. Es de plomo la memoria de aquella experiencia bélica.

Es una Historia más de las quince que se cuentan, sobre temas diversos, en “Pesadilla en Zocodover”. Valdrá la pena.



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